lunes, 29 de septiembre de 2008

Educación religiosa: Una oportunidad para ampliar perspectivas

El ser humano es espiritual por naturaleza. A lo largo de la historia, nuestra especie ha invertido gran esfuerzo en la búsqueda de respuestas a las numerosas preguntas existenciales que han surgido. Estas respuestas han venido en la forma de las más diversas creencias: las que han caído en desuso las llamamos mitología, las que aún prevalecen las llamamos religión. En el mundo de hoy, no hay ninguna religión que cuente con una mayoría absoluta de adherentes y a pesar de que en la mayoría de los casos cada una se proclama poseedora de la verdad absoluta, lo cierto es que la variedad existente y el surgimiento de nuevas creencias día a día demuestra que la búsqueda de respuestas, lejos de haber terminado, es un proceso continuo.

En nuestro país, la iglesia católica posee el monopolio de la enseñanza de la religión en el sistema de educación pública. Nuestros niños desde muy pequeños son adoctrinados en este credo y no existe una razón lógica para esto. A pesar de que nuestro Estado es actualmente confesional (adopta al catolicismo como religión oficial), la realidad es que existe una enorme diversidad de creencias entre la población. Recientes encuestas de la UCR señalan que aproximadamente un 47% de la población se declara católica practicante. En los últimos años, gran cantidad de personas han adoptado otras formas de cristianismo, e incluso un 9% declara no pertenecer a ningún grupo religioso. Mantener este monopolio no tiene ningún sentido y si bien los padres que no sean católicos pueden pedir que sus hijos no asistan a clases de religión católica, no se les debería privar a los jóvenes de valiosas horas de educación que podrían aprovecharse inteligentemente. De todas maneras, la iglesia católica cuenta con su propio sistema de adoctrinamiento en las clases de catecismo, a las que los padres católicos, y en pleno ejercicio de su libertad de culto, pueden enviar voluntariamente a sus hijos si así lo desean.

Se nos presenta entonces una gran oportunidad para el cambio en provecho de todos. Una alternativa es enseñar durante los primeros años de escuela los valores cívicos y de convivencia tan necesarios hoy en día, así como inculcar el conocimiento y respeto de los derechos humanos, pilar fundamental de las sociedades democráticas actuales. Durante la adolescencia, cuando el joven ha alcanzado cierto grado de madurez, podemos impartir una verdadera clase de religión, en donde no se haga énfasis en un solo credo, sino que se expongan los diferentes sistemas de creencias pasados y presentes, con su historia, figuras protagónicas y textos sagrados. También deben tomarse en cuenta posturas no religiosas como el humanismo secular, que no se basa en la existencia de seres sobrenaturales sino que promueve el razonamiento y la aplicación del método científico dentro de un marco de respeto y tolerancia de otras ideologías.

De la misma manera que el viajar y entrar en contacto con otras culturas amplía nuestras perspectivas, una reforma de esa índole permitiría la formación de ciudadanos con un criterio más amplio, altamente tolerantes y respetuosos, quienes ante la elección de un sistema de creencias y valores para sus vidas adultas contarán con bases adecuadas para poder hacerlo de forma racional, en lugar del absurdo adoctrinamiento al que hemos sido sometidos desde temprana edad y nos hace crecer pensando que la creencia que nos impusieron es la única alternativa válida. ¿No es acaso esto lo mejor que un Estado como el nuestro, donde existe la libertad de culto, puede hacer por sus ciudadanos?

** publicado en La Nación el 9 de octubre de 2008 - http://www.nacion.com/ln_ee/2008/octubre/09/opinion1731319.html

** publico en La Extra el 24 noviembre de 2008 - http://www.diarioextra.com/2008/noviembre/24/opinion04.php

viernes, 26 de septiembre de 2008

Polvo eres, y en polvo te convertirás

Como el título de esta reflexión, reza parcialmente el libro del Génesis. Más allá de cualquier contexto religioso, es una frase de gran significado que nos ofrece una perspectiva acertada de la realidad última de todo lo que nos rodea. Como decía el gran divulgador estadounidense de la ciencia, Carl Sagan, “somos polvo de estrellas”.

La existencia del Sol y todos los cuerpos del sistema solar inicia en una nube de gas y polvo interestelar, que bajo el efecto de la gravedad y si se cumplen ciertas condiciones iniciales, empieza irremediablemente un proceso de colapso. Este material inicialmente frío y poco denso se va acumulando en su centro, donde al cabo de millones de años se alcanzan temperaturas y densidades tan altas que se inician reacciones nucleares marcando el nacimiento de una estrella. El material que no cayó hacia la estrella forma un disco alrededor de esta, donde eventualmente se forman planetas como el que habitamos.

Este material está compuesto por una gran variedad de elementos “complejos” que no han existido desde siempre. Al principio, solo existía el elemento más simple y ligero de todos: el Hidrógeno, acompañado de pequeñas trazas del siguiente en orden de complejidad: el Helio. Así pues, las primeras generaciones de estrellas en el universo estaban compuestas por estos 2 elementos. Luego de millones de años de combustión en el núcleo de estos hornos nucleares naturales, las altísimas temperaturas permitieron que el Hidrógeno y el Helio se fusionaran formando elementos más pesados: Carbono, Oxigeno, Nitrógeno, Silicio, etc. El elemento más pesado que puede producirse durante la vida de la estrella es el Hierro, luego de este, la estrella se vuelve inestable, terminando su vida en una inmensa explosión conocida como Supernova, en donde las temperaturas y presiones son tan elevadas que permiten la formación del resto de elementos conocidos. Durante la explosión, todo el material es devuelto al medio interestelar, donde en un nuevo ciclo se iniciará un nuevo colapso formando ahora si estrellas con toda una gama de elementos químicos con sus respectivos planetas.

Así, el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos, el nitrógeno y oxigeno que componen el aire que respiramos, el oro y la plata de nuestras joyas, el uranio de nuestras armas de destrucción masiva, todo lo que conocemos tiene un origen común dentro de una estrella, y algún lejano día, cuando el Sol termine su vida en un suspiro que expulse sus capas de gas que calcinen la envejecida Tierra, todos volveremos irremediablemente a convertirnos en polvo interestelar para dar paso a la siguiente generación.

Esta perspectiva lejos de ser desesperanzadora, debe permitirnos apreciar la complejidad de la vida que nos rodea y ver que verdaderamente somos uno con la naturaleza. A pesar de que la vida en la Tierra pueda que no signifique mas que una rareza en un universo de caos, un suspiro en la eternidad del tiempo, una mota de polvo flotando en la inmensidad del espacio, nos revela también cuan especiales somos, y que cualquier pequeña diferencia que pueda haber entre nosotros, sea de color de piel, creencia religiosa, preferencia sexual, partido político, no significan nada dado que tenemos un origen común y al final todos por igual del polvo venimos, y en polvo nos convertiremos. Aprovechemos entonces el privilegio de la vida y la conciencia para hacer que este breve lapso de existencia sea lo mejor posible para nosotros mismos y todo lo que nos rodea.

jueves, 25 de septiembre de 2008

La barrera entre ciencia y religión

Mucho se debate actualmente sobre conflictos entre ciencia y religión alrededor del mundo. Podemos verlo en la lucha entre la enseñanza de la Evolución versus el Creacionismo (llamado ahora Diseño Inteligente) en las escuelas estadounidenses, tema sobre el cual no me referiré más allá de su mención dado que otros lo han hecho con mucha más propiedad, sin embargo, es importante exponer algunas razones que expliquen el por qué hay una barrera entre la ciencia y la religión y el por qué existe tal conflicto.

Si analizamos los pilares sobre los que se fundamentan ambas, vemos que estos resultan diametralmente opuestos. La ciencia se basa en la experimentación como base para la confirmación o refutación de las hipótesis planteadas. La evidencia aportada por observaciones directas o indirectas de un fenómeno puede derrumbar cualquier teoría que anteriormente fuera plenamente aceptada y cuyos postulados sean incompatibles con dicha evidencia. Esto hace que la ciencia sea dinámica, siempre abierta a correcciones y mejoras, aunque como toda creación humana, imperfecta. La religión (limitando el término a las 3 grandes religiones monoteístas prevalecientes –Judaísmo, Cristianismo e Islam-) se fundamenta en la fe, que es la capacidad de creer en algo sin necesidad de ningún tipo de prueba, dado que ese “algo” (que varía según la religión particular) es de procedencia e iluminación divina. La fe ha llevado a que cada credo establezca dogmas, que son afirmaciones incuestionables que se toman como verdaderos sin posibilidad de réplica. Podemos ya vislumbrar a partir de esto grandes diferencias entre ambas.

Algunas de las señales iniciales de conflicto entre ciencia y religión se remontan a los grandes descubrimientos de los siglos XVI y XVII (algunos de ellos, curiosamente, realizados por personajes religiosos). Por primera vez, la observación cuidadosa y la recolección minuciosa de datos permitieron dar una explicación racional a los fenómenos cotidianos. Sin duda una de las más grandes revoluciones en el pensamiento humano fue el descubrir que el planeta Tierra no era el centro del Universo, idea condenada violentamente en particular por la iglesia católica y su “santa” Inquisición. Quizás el caso mas conocido es el de Galileo, quien defendía la teoría de Nicolás Copérnico que ponía al Sol, y no a la Tierra, como centro del Universo –idea ya hace tiempo descartada gracias a nuevos descubrimientos- y quien fue obligado a retractarse y a vivir el resto de sus días encerrado en su casa. Otros casos menos sonados, como el de Giordano Bruno, un italiano que a puro razonamiento planteó la idea de la infinitud del Universo, y de que las estrellas eran soles como el nuestro con planetas a su alrededor (esto último, confirmado el 12 de octubre de 1995 al observarse el primer planeta orbitando una estrella diferente de nuestro Sol) terminaron de forma más trágica: Bruno fue quemado vivo en la hoguera por órdenes del papa Clemente VIII.

Estas y otras ideas nacidas en el seno de la ciencia significaron un duro golpe para las ideas religiosas de la época que centraban, de manera absoluta, al ser humano como centro y razón de ser del Universo y reaccionaron condenando a sus propulsores y levantando listas de libros prohibidos.

Desde luego, sería injusto no mencionar ejemplos de grandes aportes a la ciencia moderna realizados por personas a la vez científicas y religiosas, como es el caso del sacerdote católico y físico Georges Lemaitre, quien postuló la teoría que actualmente se acepta como el origen del Universo: La Gran Explosión. Esta teoría es un buen ejemplo de cómo a pesar de sus diferencias irreconciliables en cuanto a la forma de tratar sus planteamientos, la ciencia y la religión pueden coexistir, dado que es actualmente aceptada en alguna medida por católicos, musulmanes progresistas, budistas, hinduistas y algunas ramas del judaísmo.

La asimilación de los nuevos descubrimientos de la ciencia por parte de las religiones es un proceso lento y conflictivo –pero nunca impuesto- que ha requerido grandes reformas en la concepción que cada una tiene de su respectiva divinidad. Por otro lado, aunque no es la intención de la ciencia meterse en asuntos de religión, es inevitable que con sus avances y descubrimientos cada vez haya que apelar menos a la intervención de algún ser sobrenatural para explicar el mundo que nos rodea. Es quizás ahí donde está la amenaza que representa el avance científico hacia las religiones: en la relegación del papel de sus dioses a un lugar cada vez más abstracto y menos cotidiano con el cual sus fieles se vean identificados y por ende, a la pérdida de poder para las jerarquías religiosas que una perspectiva mas amplia de la existencia, apoyada por hechos científicos demostrables, representa.

Así pues, la barrera es real y entendible, pero no necesariamente impenetrable. La coexistencia entre ambas es posible y con un enfoque adecuado, la humanidad puede beneficiarse de los aspectos positivos que tanto ciencia como religión tengan para ofrecer.

**publicado en La Prensa Libre el 27 de septiembre de 2008 - http://www.prensalibre.co.cr/2008/setiembre/27/opinion05.php

** publicado en El Pais el 10 de febrero de 2008 - http://www.elpais.cr/articulos.php?id=2928

Enlaces útiles:

Teoría del Big Bang

Giordano Bruno

Galileo Galilei