sábado, 30 de julio de 2011

Carta de un no creyente a Justo Orozco

Don Justo, quien le escribe es un ciudadano no creyente, de esos que según ud. en declaraciones a un medio escrito nacional, fuimos los causantes del delito que se le atribuye a su partido por inflar los montos pagados a proveedores con el fin de obtener más dinero del que les correspondía por deuda política. Su afirmación, señor Orozco, fue muy ofensiva y créame que con ella ha indignado a miles de ciudadanos honestos que no tenemos ninguna creencia religiosa. Permítame intentar sacarlo de su manifiesta ignorancia respecto a las personas no creyentes.

Para empezar, la moral, la honestidad y cualquier valor que se le ocurra, poco tienen que ver con creencias religiosas. De lo contrario, no veríamos tantos casos de pastores estafadores que lucran con la fe y las necesidades de las personas, ni de curas pedófilos, ni de terroristas suicidas que vuelan mercados en nombre de su dios; las cárceles no estarían repletas de “cristianos”, y los países con los porcentajes más altos de población no creyente, no tendrían los mejores índices de prosperidad y seguridad ciudadana. Una persona no creyente puede tener y practicar un código moral tan bueno como cualquiera, la única diferencia, señor Orozco, es que para cumplirlo no necesita de amenazas de castigos eternos ni tampoco falsas promesas de paraísos idealizados.

Algunos de los personajes más destacados de la humanidad pasada y presente han sido no creyentes. Día a día, señor Orozco, ud., aunque no se dé cuenta, convive e interactúa con personas que no necesitan creer en un dios para vivir una existencia honesta, plena y feliz: médicos, ingenieros, abogados, científicos, estudiantes, periodistas, políticos y hasta colegas suyos en la Asamblea Legislativa. Estamos por todas partes saliendo adelante y aportándole al país y a la sociedad al igual que cualquier otra persona sin distinción de credo o ideología. La suya es una visión muy estrecha por no darse cuenta de esto y creer, equivocadamente, que solo quienes piensan como ud. son personas de bien.

Para finalizar, señor Orozco, y esto lo escribo como ciudadano, debo decirle que diputados como ud. son los que están destruyendo a la democracia costarricense al ir a la función pública no para buscar mejorar al país sino para obtener beneficio personal. Sus intentos de aumentarse el salario junto a varios de sus colegas, recién comenzando a trabajar, la triste defensa y pobres argumentos que ofreció para justificarlo, su pretensión (denegada, afortunadamente) de aumentarse la pensión, y este último hecho por el cual su partido es investigado, son hechos que profundizan la pérdida de confianza de la ciudadanía en el que debería ser el principal poder de la República. Espero que esa denuncia interpuesta por el TSE llegue hasta las últimas consecuencias y que sus colegas en la Asamblea Legislativa tengan el atino de levantarle la inmunidad si así lo pide la Fiscalía, para que sirva como ejemplo a los futuros aspirantes a cargos públicos y que poco a poco nuestras instituciones se vayan depurando y que podamos volver a confiar en ellas.
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(*) Publicado en Página Abierta

jueves, 28 de julio de 2011

Sobre: Dune

Acabo de terminar de leer la sexta y última parte de la serie original de 6 libros de Frank Herbert: Dune. Fenomenal. Tuvo sus altibajos, pero el balance general es definitivamente positivo. Una advertencia eso si: puede volverse adictiva.

Está catalogada como ciencia ficción, pero no es aquella "dura" del estilo de Arthur C. Clarke (que también me encanta), sino solo incluyendo los elementos necesarios, sin ahondar en detalladas explicaciones técnicas. Muchos agradecerán eso. También he oído que la clasifican como "Fantasía", pero si bien contiene elementos en apariencia sobrenaturales, me parecen bastante creibles y no rebuscados ni tediosos.

Ahora descansaré un poco de este género (que puede llegar a absorberlo a uno) para luego entrarle a las precuelas continuadas por su hijo, en donde se explica el origen de muchos de los elementos de Dune, que son definitavamente muy interesantes. Ya contaré luego si el hijo le hizo justicia al trabajo de su padre. A la serie completa, le doy un 9.8 de 10. De las 6 partes, mis favoritas fueron en orden: 6, 1, 3, 5, 4, 2.

La sexta y última parte me pareció como una versión moderna y ampliada de El Arte de la Guerra, mucho se puede aprender de ahí. También muchas de las reflexiones que hace el autor, en el contexto del libro, sobre la democracia y las formas como esta muere transformándose finalmente en aristocracia u otras formas de gobierno (consumida finalmente por la burocracia), me parecieron geniales.

Para terminar, la dedicatoria final que el autor hace del libro a su difunta esposa es realmente conmovedora (me sacó las lágrimas y tuve que contenerme para no empezar a soltar también mocos). Su (breve) descripción de su visión de la espiritualidad coincide totalmente con la mía. Un cierre de oro para una excelente serie de libros.